Hace unas semanas, el joven teórico de internet Evgeny Morozov publicó en el diario El País (20/10/2012) un sugerente alegato contra el efecto deshumanizador de la tecnología inteligente aplicada a la cocina. Sin caer en la tecnofobia, Morozov cargaba contra el uso de videocámaras de control al cocinero o las técnicas de realidad aumentada que limitan la creatividad culinaria en aras de un indeseable perfeccionismo.
Según avanzaba el artículo, y como consecuencia de la deformación profesional que cada uno padece en su ámbito, no podía sino trasladar tan interesantes reflexiones al mundo jurídico.
Irremediablemente, de forma paralela al desarrollo de la informática, proliferó entre los juristas el ya viejo debate sobre la aplicación de la informática al Derecho, fenómeno usualmente conocido como “informática jurídica”. Una de las cuestiones más polémicas y relevantes aborda la capacidad que ofrece la informática de producir decisiones jurídicas sin la intervención humana (inteligencia artificial), lo que para algunos permitiría materializar uno de los sueños de Montesquieu, el de que los Jueces se conviertan exclusivamente en la boca que pronuncia las palabras de la ley, perfeccionando de esta forma su tan desgastada teoría de la separación de poderes.
La informática jurídica ha proporcionado avances de incalculable labor para todos los operadores jurídicos. Las bases de datos jurídicas permiten a abogados, jueces y otros profesionales tener un acceso rápido a la legislación vigente o la jurisprudencia gracias a buscadores muy prácticos que han sustituido a las viejas y voluminosas colecciones legislativas. Un buen ejemplo de la utilidad y eficacia de las tecnologías de la información.
Empero, más recientemente algunas empresas están ofreciendo, de momento al sector de la abogacía, soluciones tecnológicas que parecen cumplir la profecía de la automatización de las decisiones jurídicas. Estas bases de datos permiten introducir el supuesto de hecho que se presenta al abogado y a continuación obtener la estrategia a seguir mediante la explicación de otros casos reales.
Sin embargo, y por más que se perfeccionen sistemas como el descrito, la aplicación e interpretación de las normas jurídicas nunca se podrá realizar sin la concurrencia de la voluntad humana, sin la intervención crítica y creativa del jurista. De lo contrario, el sueño de la razón de Montesquieu produciría el monstruo de una Justicia deshumanizada, ajena a la realidad social e incompatible con la creciente complejidad de nuestras sociedades y sus ordenamientos jurídicos. El Derecho, como los alimentos, también se cocina, y un Estado democrático no sólo requiere la existencia de distintas recetas, sino que también exige una interpretación flexible y dinámica de las mismas. Sin la sensibilidad del jurista persona, por ejemplo, sería impensable hallar las escasas resoluciones judiciales que estiman la dación en pago frente a la deshumanizada legislación hipotecaria.
Como Morozov, no se pretende aquí mantener una posición contraria al desarrollo tecnológico, ni siquiera equidistante, porque los avances científicos y tecnológicos suelen ser garantía de progreso, pero sí alertar de los riesgos que conlleva una tecnología sustitutiva de la labor creativa de las personas. La ciencia-ficción se ha encargado de imaginar mundos distópicos que siempre vinculan los avances tecnológicos al totalitarismo.
Artículo publicado en el diario El Adelanto (28/12/2012).